La Abstracción es un Privilegio
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La geógrafa Doreen Massey eligió iniciar su libro For Space (2005) describiendo el encuentro entre Moctezuma y Cortez ocurrido en el año 1519 (Figura 1). En su texto Massey propone que mientras recorrían Tenochtitlán cada líder iba percibiendo el paisaje de manera diferente, debido a que partían de conceptos de tiempo y espacio radicalmente opuestos. Por su lado Moctezuma estaba completamente inmerso en ese espacio, si bien desde su posición de líder autoritario, pero como parte integral de la gente, bienes y tierras que gobernaba. Por el contrario, Cortez se extrapolaba de la historia del sitio y su gente con el fin de simplificar ese espacio y verlo como algo que sirva simplemente a sus intereses de riqueza y poder. En su escrito Massey argumenta que la modernidad reduce el espacio a una simple superficie eliminando cualquier rastro de profundidad, una profundidad que vendría de comprender múltiples temporalidades; o sea eliminando la historia a la que pertenece. Esta separación entre geografía (ahora entendida como una superficie homogénea) e historia (o historias) es el cambio de paradigma que sucedió a partir de la ocupación europea de las Américas y que comúnmente conocemos como abstracción.[1]
Por lo general en las escuelas de arquitectura inculcamos a los estudiantes que el proceso de abstracción del diseño fue desarrollado en los siglos XV y XVI. (Figura 2) Sin embargo, no enseñamos que la ocupación europea de las Américas es un componente intrínseco en este proceso. Existe un consenso en esta disciplina que establece que la abstracción es un componente principal dentro del proceso moderno del diseño arquitectónico. Inclusive, el proceso mismo de efectuar disecciones de un objeto creando un plano, corte, y elevación es un proceso de reducción. En otras palabras, diseñar es el acto de descartar información para poder manipular lo que consideramos como la esencia. Pero, ¿qué pasaría si el tesoro o esencia residiese en esa información descartada? Uno nunca sabría que si se han descartado las frutas frescas con las podridas, y sobre todo, si desde el principio, no ha tenido un entendimiento de que habían frutas frescas en el montón. Lo que quiero decir, y que he aprendido gracias a académicos contemporáneos como Robin Kimmerer y Gloria Anzaldúa quienes incluyen en sus estudios a la cultura indígena en un esfuerzo por una descolonización del conocimiento, es que el surgimiento de la abstracción en el siglo XVI mató todos aquellos procesos relacionales, procesos que debemos devolver al centro de conversación. Así, en el caso del entorno construido y natural, el surgimiento de la abstracción como el único proceso de análisis viable ha provocado que nos planteemos como real, la trágica idea de que mientras el Homo Sapiens blanco gobierne, todo lo que esté a su alrededor que sea no blanco, no masculino, y peor aun no Sapiens, debe estar a su entera y completa disposición.
Por otro lado, el conocimiento arquitectónico está comprendido por innumerables libros y artículos que hablan de la abstracción, donde incluso casi todos los escritos defienden de manera enfática a la abstracción como el núcleo central del diseño. Aprendimos de Leatherbarrow, Nesbitt y Vidler, que la abstracción es el pilar principal de la modernidad, con lo que concuerdo plenamente. Sin embargo, con lo que no concuerdo es la idea de que la abstracción haya sido inventada en Europa y “traída” a las Américas. Quinientos años después de la caída de Tenochtitlán, y casi cuatrocientos años después de la síntesis Cartesiana de cogito ergo sum, Massey confluye con Rama, Rabasa, Mignolo, Towsend y con muchos otros expertos en el tema, para ubicar al surgimiento de la abstracción como una consecuencia – no exactamente una causa – de la ocupación europea en las Américas. Razón por la cual, no es de extrañarse que la teoría arquitectónica no haya abordado de manera adecuada el verdadero impacto que dicho encuentro llegó a tener. Incluso, hasta hace poco, la gran mayoría de expertos en el tema ignoraban o minimizaban el rol que tuvo el encuentro atlántico con el desarrollo europeo, con ciertas excepciones como es el caso de las investigaciones realizadas por Kathleen James-Chakraborty, Clare Cardinal-Pett y la mía propia.
Así, la abstracción, que se tornó sumamente importante para todo arquitecto después del Renacimiento, se manifiesta en el proceso mismo de la geometría descriptiva que comúnmente asociamos con Gaspar Monge en el siglo XVIII, pero que en realidad se remonta la obra de Albrecht Durer “Underweysung der Messung mit dem Zirckel und Richtscheyt”, escrito en el año 1525. Lo que Cortez hizo en Tenochtitlán fue simultáneamente codificado por Durer en Nuremberg: fórmulas matemáticas, usadas para describir el espacio, que fueron instrumentales para controlar las tierras al otro lado del Atlántico. Esto no es coincidencia, y la teoría decolonial encabezada por Dussel y Mignolo ha enfatizado una y otra vez que aquello que llamamos modernidad fue influenciado profundamente por la ocupación europea en las Américas. Por su parte Patricia Seed nos recuerda que los portugueses usaron puntos de ubicación al observar los cielos como un artefacto de mapeo y un argumento de posesión. Ricardo Padrón nos dice que la nueva concepción del espacio abstracto “racionaliza el mundo conocido de acuerdo a los principios de la geometría Euclidiana”. Este proceso de abstracción permitió a los poderes europeos hacer el mundo aprehensible en formas nunca antes visto.
Si la abstracción es la cualidad de tratar con ideas en lugar de con acontecimientos, o incluso algo que solo existe como una idea, entonces, la cuestión fundamental aquí es discernir cuáles han sido los hechos que se han visto elevados al campo de las ideas, y cuáles han sido descartados. Así, aquello que conocemos como modernidad fue creado en el momento en el que abandonamos cualquier tipo de conocimiento relacional, para adoptar uno superficial (dicho de lo que ocurre en la superficie); entendiendo como espacio aquel lugar, de donde el hombre blanco ha sido removido, y todos aquellos seres no-humanos, y seres no blancos, han sido reducidos a objetos trazados y por lo tanto controlados. Sin duda, la abstracción ha sido una herramienta para la colonialidad e inequidad desde que el sistema mundial (como lo define Quijano) tomó forma en el siglo XVI, y ciertamente la arquitectura esta profundamente conectada a este proceso.
Así, y a modo de proceso iniciático, seguimos utilizando la abstracción para separar a nuestros estudiantes de diseño de todo lo que sabían previamente, para sumergirlos dentro de un nuevo conjunto de valores: valores arquitectónicos. De esta manera, una vez desvinculados de cualquier relación espacial previa, nuestra pedagogía de diseño busca enseñarles a dominar la abstracción, casi siempre descartando cualquier otro contexto o contenido del sitio, para poder manipular únicamente la geometría. Es importante mencionar que los planos de implantación como tal, no tienen la capacidad de plasmar en sus trazos la vida comunitaria. Las curvas de nivel no cuentan la historia de un lugar. Los planos y cortes son elementos arbitrarios que imponen comportamientos a las personas. Estos son los poderes de la dualidad - las dos caras de Janus- en la arquitectura: podría utilizarse para imaginar un mundo mejor, pero la realidad es que el 95% de las veces se utiliza para reforzar el status-quo. Si logramos traer de regreso el conocimiento relacional al diseño, podríamos quizás escapar de nuestra tradición de elitismo y exclusión. La abstracción es la forma de privilegio más arraigada.
¿Podremos subvertir esto alguna vez?
Traducción al castellano por Victoria Santillán, revisión por Irina Rivero
Notas
[1] Tomé prestada la expresión “La abstracción es un privilegio” de mi colega en la Universidad de Texas de Austin (UT) Larry Speck, quién la trajo a colación durante una conversación.